domingo, 22 de julio de 2012

Así queremos que nos cuiden, así debemos cuidar


(Pido disculpas a los pocos seguidores que queden por los meses sin publicar)

Uno de los pasajes que más me impresionó de Ana Karenina de Lev Tolstoi es el episodio que se narra en la Quinta parte de esta obra en el que uno de los protagonistas principales de la novela, Konstantin Levin va con Kitty, su esposa, a atender al hermanstro de Levin, Nicolás, que está próximo a la muerte

Konstantin Levin quiere evitar a su joven esposa el mal trago de ver a su hermano enfermo de tuberculosis, que espera la muerte en una posada junto a una prostituta con la que ha convivido. Sin embargo Kitty se empeña en acompañar a su marido. Llegan al hotel y Kevin ve la patética situación en que está su hermano e intenta evitar que Kitty, su esposa, vaya a la habitación donde está el enfermo. Sin embargo Kitty se empeña en ir con él y su actitud al saludar al enfermo es un preludio de un cambio esencial que se dará en los últimos días del moribundo:

“Andando con paso ligero, sin cesar de mirar a su marido y mostrándole su rostro animoso y lleno de piedad, Kitty entró en la alcoba del enfermo y, volviéndose suavemente, cerró la puerta sin ruido. Siempre silenciosa, se aproximó al lecho donde aquél yacía y se puso de modo que él no necesitase volverse para verla. Tomó con su mano joven y fresca la enorme manaza de él, se la apretó con aquel calor con que saben hacerlo las mujeres, calor que expresa compasión sin ofender, y empezó a hablar al doliente.”


En un ambiente sórdido, le trata con humanidad y con el respeto con que de habla con una persona de la nobleza, sin desanimarse por la falta de respuesta inicial de Nicolás. Levin reflexiona sobre su reacción y la de su esposa:

“Levin no podía mirar con calma a su hermano ni permanecer tranquilo en su presencia. Al entrar en la alcoba del paciente, sus ojos y su atención se nublaban y no lograba ver ni comprender los detalles del estado de Nicolás. Notaba el terrible olor, veía la suciedad y el desorden, su actitud, sus gemidos, pero tenía la sensación de que no podía hacer nada.
No se le ocurría, para ayudarle, la idea de estudiar cuidadosamente el estado de su hermano, de observar cómo se hallaba bajo la manta el cuerpo del enfermo, cómo tenía dobladas sus enflaquecidas piernas y espaldas, a fin de hacerle adoptar una posición que le aliviara en algo los sufrimientos.
Cuando pensaba en estos detalles, un escalofrío le recorría hasta la medula. Estaba persuadido de que era imposible hacer nada, ni para prolongar la vida de Nicolás, ni para atenuar sus sufrimientos.
El enfermo adivinaba el sentimiento de su hermano, su conciencia respecto a la inutilidad de toda ayuda, y se irritaba, cosa que apenaba doblemente a Levin. Estar en el cuarto del enfermo le atormentaba, y no estar en él le parecía peor aún. No hacía, pues, más que entrar y salir bajo diferentes pretextos, sintiéndose incapaz de quedarse solo.”


Y Tolstoi describe de un modo magistral los cambios que introduce Kitty en el entorno del enfermo

“Kitty sentía, pensaba y obraba muy diversamente. El enfermo había despertado en ella compasión, y la compasión produjo en su alma de mujer un sentimiento que nada tenía que ver con el de repugnancia y horror que había despertado en su marido, y que se expresaba en la necesidad de obrar, enterarse con todo detalle del estado del paciente y hacer lo posible para ayudarle.
No dudando de que debía hacerlo, no dudaba tampoco de la posibilidad de realizarlo, y, en seguida, puso manos a la obra.
Los detalles cuyo pensamiento aterraban a su marido, ocuparon desde el primer momento la atención de Kitty. Envió a uno a buscar el médico, envió a otro a la farmacia, mandó a la criada que venía con ella y a María Nicolaevna barrer el suelo, limpiar el polvo y fregar. Por su parte, no se quedaba tampoco atrás: limpiaba un objeto, ponía en orden otro, arreglaba las ropas bajo la manta... Por orden suya se sacaban cosas de la habitación del enfermo y se llevaban otras de más utilidad.
Entraba ella misma en la habitación sin preocuparse de hallar clientes en el pasillo, traía a la alcoba del enfermo sábanas, toallas, almohadas, camisas, y otras veces, ya usadas, las sacaba de ella.
El criado que servía la comida a los ingenieros en la sala común, acudía a veces a la llamada de Kitty con irritado semblante, pero no podía desatender las órdenes que ella le daba, porque lo hacía con tan suave insistencia que no se la podía desobedecer.
Levin no la aprobaba, ni creía que lo que hacía fuera útil para el paciente. Sobre todo, temía que su hermano pudiera enojarse. Pero Nicolás permanecía sosegado, si bien algo confuso, y seguía con interés las idas y venidas de su cuñada.
Al volver de casa del médico, adonde le enviara Kitty, Levin halló que estaban, por orden de la joven, mudando de ropa al enfermo. (…)
Kitty comprendió que Nicolás se avergonzaba de aparecer desnudo en su presencia.
–No le miro, no... –repuso ella arreglándole la manga–. María Nicolaevna: pase allí y póngale ese lado –añadió.
–Ve, por favor, a mi cuarto y, trae un frasco que hay en el saquito, en el bolsillo del lado –dijo a su marido–. Entre tanto, terminarán de limpiar aquí.
Al volver con el frasco, Levin halló al enfermo ya en la cama. Todo a su alrededor tenía otro aspecto. El olor desagradable había sido sustituido por el de una mezcla de perfume y vinagre que Kitty, sacando los labios e hinchando sus encarnadas mejillas, esparcía a través de un tubito por la habitación.
En ningún sitio había ya polvo; al pie del lecho se veía una alfombra. En la mesa estaban ordenados los frascos, la botella y la ropa necesaria, bien plegada, así como la broderie anglaise en que trabajaba Kitty.
En otra mesa había agua, medicamentos y una bujía. Lavado y peinado, entre las sábanas blancas y los almohadones mullidos, vistiendo la camisa limpia con cuello blanco del que salía su garganta delgadísima, el enfermo descansaba mirando a Kitty fijamente, con una expresión llena de renovada esperanza.
(…) –Katia –dijo–, me siento mucho mejor. Con usted me habría curado hace tiempo. Estoy muy bien...
Le tomó la mano y fue a llevarla a sus labios, pero, temiendo que ello la desagradase, desistió de su propósito y soltándole la mano se limitó a acariciarla. Kitty, con ambas manos, estrechó la del enfermo.”


Este ejemplo de la literatura clásica da pie para una reflexión en una futura entrada.

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