sábado, 29 de abril de 2017

CONTENTA CON SU GRAN NARIZ

Dios hace milagros cada día. Hay milagros que no llaman la atención. Se da un cambio en el interior de las personas, un cambio de actitud que lleva a aceptar y a amar lo que hay, como algo que es bueno porque es voluntad de Dios. Hace ya unos cuantos años me contó un sacerdote que una chica había enviado una carta contando un milagro obtenido por intercesión de San Josemaría. Era una adolescente que estaba pasándolo mal porque le parecía que tenía una nariz demasiado grande. Y pedía con fe a Dios que le arreglara la nariz. Hasta que día ocurrió el milagro. ¿Se le había acortado la nariz? ¡No! ¡Se le habían quitado los complejos! Ese era el milagro del que quería dejar constancia. Empezó a aceptar y a amar la voluntad de Dios sobre el tamaño de su nariz. Benedicto XVI lo explica muy bien en la encíclica Deus Caritas est n. 37: “El cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo”

LA FE DE LOS NIÑOS TRANSFORMA EL CORAZÓN

(Un “Cuento” de Navidad que ocurrió realmente) Un matrimonio que procuraba formar a sus hijos en el cristianismo se fue una noche al cine y dijo a la hija mayor que cuidara de los dos pequeños, pero la chica, se metió en su cuarto con música y no estuvo muy pendiente. Llamó por teléfono un amigo del padre, que se llamaba Jesús y lo descolgó uno de los pequeños: - ¿Hola está tu papá? - No, está en el cine. - Y tú quién eres? - Soy Luisito. ¿y tú? - Yo soy Jesús. - ¡Jesús! Quería decirte muchas cosas... (Y se puso directamente a contarle, dirigiéndose a él como si fuera a Jesucristo; el amigo de su padre, emocionado, se calló y le escuchó) y después el niño le dijo; - Mi hermanito Pepe también tiene que contarte cosas; Se puso Pepe y ocurrió lo mismo. Al final cuelgan. Al día siguiente, Jesús llamó a su amigo, le contó lo que pasó esa noche y que le conmovió tanto que decidió volvió a ir a Misa después de mucho tiempo en el que su amigo le había animado sin éxito.

IZPISÚA: “NO HAY UNA ETERNA JUVENTUD. VAMOS A MORIR. LA EXISTENCIA DE DIOS, TOTALMENTE COMPATIBLE CON LA CIENCIA. NO A LA DESTRUCCIÓN DE EMBRIONES”.

La portada del XLSemanal, del 8 de enero 2017 es algo engañosa. Pensaba que el prestigioso científico español Juan Carlos Izpisúa, se sumaba a la moda de los materialistas que prometen la inmortalidad corporal en esta vida. Las respuestas de la entrevista lo desmienten. Selecciono algunas: XL.¿Y lograr la eterna juventud? J.C.I. Debemos pensar en términos de salud, no de inmortalidad. En la última etapa de nuestra vida, nuestro cuerpo decae y no podemos evitarlo. El objetivo es que esos últimos años sean de mejor calidad, que la enfermedad tarde en aparecer o no aparezca. (...) XL. ¿Es usted religioso? J.C.I. No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión. A Dios se le puede encontrar en la catedral o en el laboratorio. Yo trato de entender racionalmente la naturaleza, pero a la vez sé que Dios existe. ¿Podría alguien explicar si no, de una manera racional y científica, por ejemplo, la sensación que experimentamos cuando nuestros hijos nos dicen: «papá », «mamá», «te quiero»? ¿O cuando desinteresadamente ayudamos a nuestros semejantes? (...) XL. Es decir, se haría crecer un órgano humano en el Interior de un cerdo. J.C.I. Es una línea de investigación muy interesante, aunque falta mucho tiempo para que dé sus frutos. Estoy convencido de que lo conseguiremos. XL. Generará polémica. J.C.I. Es importante que se entienda que partimos de una célula humana adulta, no empleamos células de un embrión humano. Soy consciente de que algunas de las investigaciones en las que los científicos estamos envueltos pueden generar inquietudes morales y éticas. Es normal. El desconocimiento siempre nos preocupa. Cuando conocemos las cosas, vemos que no son tan malas. XL. ¿Por ejemplo? J.C.I. El trasplante de órganos hace 400 o soo años era visto como un problema ético que no debíamos ni siquiera abordar. Ahora bien, estoy convencido de que no todo lo que los científicos podemos hacer lo debamos hacer. El diálogo con la sociedad es fundamental

LAS HUMILLACIONES SON NECESARIAS, NOS PONEN EN NUESTRO SITIO (Benedicto XVI)

Lo explica en el último libro entrevista* habla de su carrera profesional como teólogo, que estuvo a punto de irse a pique. PREGUNTA: Sobre la profunda experiencia que significó para Ud. el trauma de la habilitación escribió, sin embargo, que esta prueba “fue humanamente saludable para mí y obedeció, por así decir, a una lógica superior” . ¿A qué se refería con la expresión «lógica superior»? RESPUESTA: Bueno, había hecho el doctorado con mucha rapidez. Si también me hubiera habilitado enseguida y sin problemas, la conciencia de mi capacidad habría sido demasiado fuerte y la confianza en mí mismo excesiva. Y así, por una vez me tuve que tragar por entero mi orgullo. Eso le hace bien a uno: tener que reconocer de cuando en cuando su insignificancia, tener que verse no como un gran héroe, sino como un humilde habilitando, que se encuentra al borde del abismo y debe familiarizarse con lo que luego hace. En este sentido, la lógica era que yo necesitaba justamente una humillación y que de algún modo con razón -con razón en este sentido- la sufrí. (...) Se me tenía por un discípulo prometedor. (Se ríe). (...) Todo esto iba muy rápido y sin trabas, de modo que yo me contaba entre las personas de las que se esperaba que llegarían a algo. (...) Uno necesita también humillaciones. Pienso que conseguir meta tras meta con tanta facilidad y además con alabanzas es peligroso para un joven. Entonces es bueno que se vea confrontado con sus límites. Que sea tratado críticamente. Que tenga que pasar por una fase negativa. Que se reconozca a sí mismo en sus propios límites. Que conozca que en la vida no se va sin más de triunfo en triunfo, sino que también hay derrotas. Eso lo necesita toda persona, para aprender a valorarse debidamente a sí mismo, a soportar los reveses, también -y no en último término- a pensar con otros. Justo para no juzgar entonces con premura y desde arriba, sino aceptar positivamente a los otros en sus fatigas y debilidades. (*) Últimas conversaciones. Libro de entrevista a Benedicto XVI de Peter Seewald

CABALLEROSIDAD DE UN CRISTIANO

“Por voluntad de Dios, estoy de nuevo entre mujeres. Me acordaré siempre: cada vez que una mujer entre en la habitación, aunque estés sumergido en tu trabajo… ponte de pie. Nada importa que sea la madre superiora o la hermana Kleofasa, encargada de encender el fuego; ponte de pie. No lo olvides: la mujer ha de recordarte a la Esclava de Dios, a cuyo nombre la Iglesia se pone de pie. No lo olvides: debes pagar tu deuda respecto de tu propia madre, que te dio su cuerpo y su sangre… Ponte de pie sin vacilar, domina tu orgullo de varón, tu ansia de dominar… Ponte de pie incluso ante la más mísera de las Magdalenas… Sólo así imitarás a tu maestro, que se levantó del trono, a la diestra del Padre, para acoger a la Esclava de Dios. Solo así imitarás al Creador, que envió a María en auxilio de Eva. Ponte de pie inmediatamente por tu bien” Cardenal Stefan Wyszynski, Diario de la cárcel, diciembre 1955

¿SIN TIEMPO PARA DESCANSAR UN POCO NI PARA LA FAMILIA? NO SEAS IDIOTA

“No puedo menos que asombrarme ante el gran número de personas que, al parecer, no son dueños de su agenda. A lo largo de estos años se me han acercado muchas veces altos ejecutivos de la empresa para confesarme con un mal disimulado orgullo: ’Fíjese, el año pasado tuve tal acumulación de trabajo que no pude ni tomarme unas vacaciones’ Al escucharles, siempre pienso lo mismo. No me parece que eso deba ser en absoluto motivo de presunción. Tengo que contenerme para no contestarles: ‘¿Serás idiota? Pretendes hacerme creer que puedes asumir la responsabilidad de un proyecto de ochenta millones de dólares si eres incapaz de encontrar dos semanas al año para pasarlas con tu familia y descansar un poco?’” (Lee Iacocca, primer ejecutivo de la Ford y que posteriormente reflotó la Chrysler)

SI QUIERES MOTIVAR A TUS COMPAÑEROS DE TRABAJO, CONOCELES Y QUIÉRELES (Madre Teresa de Calcuta)

En un congreso internacional de managements sobre la arquitectura del cambio en San Francisco aprovecharon que estaba en esa ciudad la Madre Teresa de Calcuta para pedirle que dijera unas palabras aunque fueran muy breves. Ella se dirigió así a ese grupo de directivos: “¿Queréis que haya cambio? ¿Queréis que vuestra gente cambie? ¿Les conocéis? ¿Les amáis? Si no conocéis profundamente a vuestra gente no habrá entendimiento entre vosotros, y sin entendimiento no habrá confianza. ¿Amáis a vuestra gente? ¿Hay amor en lo que hacéis? Si no hay amor en vosotros no habrá poder ni fortaleza en vuestra gente. Si no hay fortaleza no hay pasión. Sin fortaleza ni pasión nadie se arriesgará. Y sin asumir riesgos nada cambiará". A pesar de que su brevísimo y atípico discurso, al pasar una encuesta de valoración de los ponentes ella fue la mejor valorada del congreso. Ver el artículo “Líderes inspiradores y creativos”, de Miriam Subirana, en la edición impresa de El País, Domingo, 4 de diciembre de 2011: http://elpais.com/diario/2011/12/04/eps/1322983613_850215.html

CREER Y REZAR SIN GANAS: LA FE NO ES UN SENTIMIENTO

Hilaire Belloc aseguró al poeta Wilfrid Scawen Blunt que él también se acercaba muchas veces a los sacramentos sin sentir nada; para Blunt aquello actuó como una revelación (...) Dice Arnold Lunn, otro escritor converso: “si hubiera continuado confiando solo en mis sentimientos y emociones quizá ahora no creería en la inmortalidad; pero puedo decir con Belloc `en cuanto a las dudas de mi alma, he descubierto que son falsas: un estado de ánimo, no una conclusión. Mi conclusión -y la de todos los hombres que la han visto alguna vez- es la Fe: colectiva, organizada, un ente, una enseñanza. Una cosa, no una teoría´" Joseph Pearce, “Escritores Conversos” p.152 y 237

ANTE EL DOLOR, ORACIÓN, NO MONÓLOGO INTERIOR

(Carta del Beato Hermann Lange, sacerdote católico, escrita a sus hermanos horas noviembre de 1943 antes de morir martirizado por el nazismo) Querida Ángela, querida María, querido Hans: Soy el primero de nosotros cinco hermanos, en devolver mi vida a las manos de Dios. Yo sé que también a vosotros os golpeará esta prueba. No depende de mí cambiar algo en esta situación. Sólo puedo pediros una cosa: Sed fuertes y buscad vuestra fuerza en Aquél que hasta en el extremo dolor nos da las últimas fuerzas. Sería equivocado “petrificarse” en el dolor. “En todas las pruebas difíciles es Dios quien nos visita para llevarnos consigo, Él, que es principio y fin de todo. Por eso, en la desgracia debemos cesar de hablar con nosotros mismos, porque eso sólo causa obsesiones (…), más bien hablemos con Dios, porque Él es siempre más grande que nuestro corazón y lo conoce todo.” Quiero amarraros al alma estas palabras, tomadas de un hermoso folleto que leí hace poco. Pueden ayudaros mucho. Os doy las gracias por todo el amor que me regalasteis y os pido que todo este amor lo pongáis ahora en papá y mamá. Esta es la tarea que os dejo, preocuparos de que estén contentos. No sufráis por mí, porque me voy a la tierra donde no hay lágrimas! Y os pido también que llevéis una intensa vida interior, fuerte en la fe, la esperanza y la caridad, de manera que un día, cuando llegue la hora, nos encontremos unidos en lo alto! [...] Acabo de comerme la última manzana y la herida de mi pierna está casi sana gracias a la pomada. Bien, ¡recibid mi último saludo! Todo lo que poseo de capacidad de amar lo pongo en este saludo. No estéis tristes de que yo ya no vuelva a estar con vosotros, desde lo alto estaré siempre junto a vosotros. ¡Hans, dale también a Päule mis cariñosos saludos! Con profundo amor fraterno os abrazo a todos. Vuestro Hermann (Los nazis no entregaron esta carta a sus destinatarios; quedaron en los archivos de la Alemania nazi y después de la Alemania comunista. En 2004, 60 años después, un investigador las descubrió en los archivos estatales de la Alemania ya unificada y las dio a conocer)

AUTOENGAÑO

En un corazón podrido por las pasiones hay siempre razones ocultas para encontrar falso lo verdadero; del fondo de la naturaleza desviada se elevan brumas que oscurecen la inteligencia. Nos convencemos fácilmente de lo que queremos y cuando el corazón se entrega a la seducción del placer, la razón se abandona en brazos de la falsedad que justifica. Cicerón, De natura deorum, I, 54

TOLERANCIA, RESPETO Y AMOR DE UN SANTO A UN TAXISTA ANTICLERICAL

Recordaba el Fundador de la Obra un suceso, que muestra su actitud sacerdotal abierta y su respeto incondicionado de la libertad de los demás. Hacia el año 1941, acudía al Seminario de Madrid, para confesarse con don José María García Lahiguera. Para no perder tiempo, a veces hacía el trayecto en taxi, pues quedaba lejos y no estaba bien comunicado por transportes públicos. Ese día, hablando con el taxista, le dijo que lamentaba mucho la guerra que había padecido España, porque se podía vivir como hermanos y respetarse, aunque se defendiesen opiniones distintas. Le explicaba que era innecesario recurrir a esos procedimientos tan atroces, que reflejan un odio satánico entre hermanos. Además, continuaba, lo razonable es dar cada uno su parecer: – “Por ejemplo, si usted en una materia concreta piensa distinto de lo que yo considero que es la verdad, hablamos; y, si usted me convence, yo me paso a su opinión; si yo le convenzo, usted se pasa a mi opinión. Si no nos convencemos, seguimos pensando cada uno lo que queremos, pero vivimos en santa paz, respetándonos como hermanos y queriéndonos”. El taxista escuchó en silencio y, al llegar al destino, le preguntó: - “Padre, ¿usted se encontraba en Madrid durante la guerra, cuando estaba ocupado por las fuerzas republicanas?”. Sorprendido, contestó: – “Sí”. Y aquel hombre repuso: – “¡Lástima que no le hayan matado!” El Fundador del Opus Dei le perdonó y, para que viese que no le guardaba ningún rencor, sacó el dinero que llevaba en el bolsillo, se lo entregó, y le dijo: – ¿Tiene usted hijos? Ante la contestación afirmativa del taxista, añadió: – Quédese con el resto, para comprarles unos dulces. (Tomado del libro “Memoria de San Josemaría Escrivá” de Javier Echevarría)

NECESITAMOS CREER EN DIOS

“Hace unos años, recuerdo que estaba hablando con un hombre joven todavía que se diría que tenía poca formación: ideas muy elementales. A mi impresionan siempre las personas de ideas elementales, porque saben decir sin complicaciones grandes verdades. Íbamos a comenzar un curso de retiro y su profesión era torero: “Nosotros necesitamos –no sé ahora con que lo relacionaba- nosotros necesitamos creer en Dios” Es posible que no sea una anécdota de gran importancia. Y hasta pienso que incluso puede no entenderse bien. La verdad es que, quizá por el tono en que fue dicha, me impresionó vivamente y he considerado muchas veces, ante situaciones muy diversas, aquel “nosotros necesitamos creer en Dios” (Benito Badrinas en la Introducción al libro Evangelio San Mateo de Francisco Fernández Carvajal) …. Añado: todos los que tienen alguna responsabilidad, empezando por los padres de familia, necesitan creer en Dios. Y también lo necesita una persona sin cargas, con muchas virtudes humanas, con dinero, con la vida resuelta, solo que esas circunstancias quizá no le permiten ver la necesidad de creer.

HUMILDAD DEL PAPA: “HABLAR MAL DEL OTRO ES MUY COMÚN, TAMBIÉN YO HE CAÍDO ¡Y ME AVERGÜENZO!”

“Las murmuraciones. ¡Es terrible! Se pelan unos a otros… Esto en el mundo clerical, religioso… Disculpadme pero es común: celos, envidias, hablar mal del otro. (...) esto es común, muy común. También yo he caído en esto, muchas veces, ¡muchas veces! ¡Y me avergüenzo! ¡Me avergüenzo de esto! No está bien hacerlo: murmurar contra los demás. ’Has escuchado esto… has escuchado esto…’ ¡es un infierno esa comunidad! Esto no hace bien” (*) Palabras del Papa Francisco, nada recientes pero poco conocidas, en una reunión con jóvenes que estaban pensando ser sacerdotes y religiosos en 6 de julio del 2013

LA FELICIDAD FÁCIL ES UN SUFRIMIENTO. ES DESCONOCER POR QUÉ TE ESFUERZAS

La felicidad que producen las victorias fáciles, la satisfacción plena de un deseo, el éxito, el sentirse plenamente atiborrado… ¡eso es sufrir! Ésa es la muerte espiritual, una especie de interminable indigestión moral [...] La gente no sabe por qué se esfuerza. Se agotan en la absurda persecución de bienes materiales y mueren sin darse cuenta de su riqueza espiritual (Solzhenitsyn, El primer círculo)

SANTOS CON ANTECEDENTES PENALES

“NINGÚN PECADO ES DEMASIADO GRANDE: una miseria finita, por muy enorme que sea, podrá siempre ser cubierta por una misericordia infinita. NI TAMPOCO NUNCA ES DEMASIADO TARDE: Dios no sólo se llama Padre, sino Padre del hijo pródigo, que nos divisa cuando aún estamos lejos, que se enternece y, corriendo, viene a arrojarse a nuestro cuello y a besarnos tiernamente. Y NO DEBE HACERNOS TEMER UN PASADO QUIZÁ BORRASCOSO. Las borrascas que fueron males en el pasado se convierten en bienes en el presente si nos impulsan a poner remedio, a cambiar; se convierten en una joya si se ofrecen a Dios para procurarle el consuelo de perdonarlas El Evangelio recuerda entre los antepasados de Jesús a cuatro mujeres, de las cuales tres no fueron muy recomendables: Rahab había sido una mujer pública; Thamar había tenido a su hijo Phares de su suegro Judas, y Betsabé había cometido adulterio con David. ¡Misterio de humildad que estas parientes hayan sido aceptadas por Cristo, que hayan sido incluidas en su genealogía, pero también —opino— un medio, en manos de Dios, para infundimos confianza: podéis llegar a ser santos, sea cual sea la historia de vuestra familia, el temperamento y la sangre heredada, vuestra situación pasada!” Del libro “Ilustrísimos señores” del Cardenal Luciani que luego, sería el Papa Juan Pablo I (1978)

LA CASI INEVITABLE TENDENCIA A SEGUIR A LA MASA

“Se impuso «el sol que más calienta» del oportunis­mo humano. Las personas que valían empezaban a volver sus rostros hacia el nuevo sol, a pesar de que todavía brillaba con luz muy débil en el horizonte. La mayoría ni siquiera sospechaban que estaban cometiendo una trai­ción, pues esta vuelta del rostro al sol que más calienta es un proceso perfectamente natural, sin que implique ningún proceso de idealismo espiritual. El hombre ha na­cido tan débil, que está dispuesto a aceptar con creduli­dad cualquier ideología, siempre que ésta llegue al poder y no le rebaje su ración de forraje.” (“El cielo a buen precio” de Franz Werfel, novela escrita y ambientada en Austria, meses antes de la Anexión de ese país por Alemania)

ABDERRAMÁN III, UNA VIDA DE PLACERES QUE SE QUEDA EN... 14 DÍAS DE FELICIDAD

He reinado más de 50 años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce. Hombre: no cifres tus anhelos en el mundo» (Testamento de Abderramán lII)

TIENE QUE EXISTIR UNA GRANDEZA QUE CORRIJA LA TRIVIALIDAD DE ESTA VIDA

A Gerard Manley Hopkins (poeta inglés converso al catolicismo) lo que le mueve a la conversión es el argumento teológico de la trivialidad: la trascendencia se confirma por el mismo carácter baladí de las cosas humanas, «porque es increíble e intolerable que no exista algo que sea lo opuesto de lo trivial, y que corrija la trivialidad de esta vida y nos desquite de ella». (Carlos Pujol, “Siete escritores conversos”, pág. 47)

GAUDÍ: TRABAJAR CON AMOR DA FUERZAS

“Aquel trabajo al tiempo que me apasionaba, me dejaba exhausto. Eso significaba que había algo que no hacía bien porque, como decía mi maestro Ueda, si trabajas con amor e ilusión, cuanto más trabajes, más energías tendrás, porque el amor genera una energía interior que permite trabajar sin cansarse, algo parecido al enamorado que emprende un largo viaje para ver a la mujer amada: la intensidad de su amor le hace superar el cansancio, los obstáculos y los sufrimientos. Porque en el acto creador siempre habrá sufrimiento. Ya decía Miguel Ángel que no se podía hacer verdadero arte sin sufrir.” … Testimonio de Etsuro Sotoo, escultor en la Sagrada Familia de Gaudí. Recogido en el libro “Los cerezos en flor – Relatos de la expansión del Opus Dei en Japón”, de José Miguel Cejas

LA BELLEZA DESPIERTA DE SU TIBIEZA A LOS ADORMECIDOS

En el acta fundacional de la Sagrada Familia de Barcelona el 19 de marzo de 1882 se decía entre otras cosas: "Se coloca la primera piedra de esta iglesia expiatoria. Sea esta obra para mayor honra y gloria de la Sagrada Familia. Despierte de su tibieza los corazones adormecidos...."

CONTRIBUIR A LA FORJA DE LAS PERSONALIDADES JÓVENES

"Desde hace años, me encuentro con alumnos y alumnas de filosofía que descubren tardíamente la importancia del maestro. No del maestro en sentido enfático, sino del puro y simple profesor que explica cuidadosamente su materia, de un modo muy parecido a como lo hacía el viejo maestro de escuela. Eso es -si se me permite confesarlo- lo que yo quisiera ser: un maestro de escuela, que enseña los rudimentos del saber y procura contribuir a la forja de las personalidades jóvenes. Cuando se intenta y en. alguna medida se consigue, los estudiantes reconocen que han tenido una nueva experiencia. Alguien se ha preocupado por ellos como personas que pueden llegar a saber más, que son capaces de ampliar su visión del mundo, que están en condiciones de establecer una relación de limpia amistad con otra persona mayor que ellos, la cual les aprecia y quiere ayudarles. Nadie olvida a un maestro. Recuerdo a un clásico contemporáneo que sintetizaba así lo que consideraba una vida plena: es una idea tenida en la juventud y realizada en la edad madura. Y mi experiencia es que las chicas y los chicos de ahora también están buscando un ideal por el que merezca la pena vivir" Alejandro Llano, Segunda Navegación - Memorias 2, Ediciones Encuentro 2010, Capítulo La funesta manía de educar, pp. 320-321

"NADIE ES INÚTIL". EL ARTE DE PONER A CADA UNO EN SU SITIO

Gaudí decía: 'No hay nadie inútil, todos sirven (aunque no todos con la misma capacidad); la cuestión es encontrar para que sirve cada uno' Para Gaudí el trabajo era fruto de la colaboración y esta podía basarse sólo en el amor Del libro “De la piedra al Maestro” (Etsuro Sotoo y José Manuel Almuzara)

NUESTRA PEREZA TEME A LA LIBERTAD

Hay algo en nosotros que teme a la libertad. Si somos libres, somos responsables. No podemos endosarles el muerto a los demás y echar la culpa de todo a nuestra sociedad, a nuestros padres o al Gobierno. Nuestro problema es la pereza. Esta es la razón de que las dictaduras hayan sido formas populares de gobierno. ¿Se puede pensar que la razón de que haya habido tantos dictadores a lo largo de la historia y tan poca democracia ha sido que una minoría de personas egoístas y ansiosas de dominio ha obtenido misteriosamente el poder para controlar y sojuzgar a la vasta mayoría de personas que aman la libertad? No, ha sido porque la mayoría lo ha permitido, lo ha aceptado y a veces ha elegido democráticamente a estas personas, como sucedió con Hitler, que ganó unas elecciones libres. Peter Kreeft, Como tomar decisiones, Ed. Rialp

HABLAR MAL DE LA GENTE, DIFÍCIL DE REPARAR

Una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió, y le puso como penitencia que tomara una gallina y volviera donde él desplumándola poco a poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: "Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia aquí". La mujer le mostró la imposibilidad: el viento las había dispersado. Ahí es donde quería llegar San Felipe. "Ya ves -le dijo- que es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento, igual que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una vez que han salido de la boca".

A LA GENTE LE INTERESA EL MENSAJE RADICAL DE JESUCRISTO

“Dando clase de Teología en Periodismo hace ya años, tenía experimentado un recurso, que es una estrategia conocida, cuando la gente se distraía ante el "discurso teológico". Ante alguna pregunta de un alumno, respondo brevemente y continúo pasando inmediatamente a hablar en directo de Jesucristo, del Evangelio: "Por cierto, esta cuestión ya la plantearon a Jesús...". Al hablar del mensaje radical de Jesucristo, la gente atendía. Al hilo de la narración en la que vive y habla Jesús, la gente atiende. Porque Jesucristo siempre interesa” (D. Pedro Rodríguez García, Profesor Ordinario Emérito de Teología de la Universidad de Navarra, en una Clase en el Colegio Mayor Mendaur, de la misma Universidad el 24-VIII-96)

TODA CHICA ES HERMANA DE ALGUIEN

Cuenta Frank Capra en su autobiografía: “En la 2ª Guerra Mundial conocí al mayor Paul Horgan*, redactor de panfletos del Ejército que les decían a los soldados cómo comportarse en países extranjeros en los que les recordaban que todas las chicas son hermanas de alguien” La conclusión evidente: trátala como te gustaría que trataran a tu hermana... Paul Horgan: escritor estadounidense de ficción y no ficción, católico, recibió dos Premios Pulitzer para la Historia.

NINGUNA VIDA ES INÚTIL, (FRANK CAPRA)

El director de cine explica en su Autobiografía "El nombre delante del título" el éxito de su película ¡Que bello es vivir!: Era la película que había deseado hacer. Un filme para decirles a los cansados, a los descorazonados y a los desilusionados; al borracho, al drogadicto, a la prostituta; a aquellos tras las rejas de una prisión y a aque­llos tras los Telones de Acero, que ¡ningún hombre es un fracaso! Para mostrar a aquellos nacidos lentos de pies o lentos de mente, aquellas hermanas mayores condenadas a la soltería, y a aquellos hijos mayores condenados a trabajar sin haber conocido una educación, que la vida de cada hombre toca muchas otras vidas. Y que si él no está allí dejará un tremendo agujero. Un filme que les decía a los oprimidos, a los empujados de un lado para otro, a los pobres: «Arriba las cabezas, amigos. Ningún hombre es pobre si tiene un amigo. Tres amigos, y eres asquerosamente rico.» Un filme que expresaba su amor hacia los sin hogar y los sin amor; para ella cuya cruz es pesada y para él cuyo toque es ceniza; para las Magdalenas lapidadas por hipócritas y los afligidos Lázaros con sólo perros para lamer sus llagas. Deseaba gritarlo a los abuelos abandonados que miraban con ojos vacíos en los asilos de ancianos, a los siempre entrevistados pero raras veces adoptados huérfanos mestizos, a los pobres que se niegan a morir mientras buitres médicos aguardan a arrancarles sus corazones y sus hígados, y a aquellos que reciben tratamiento de cobalto y silban... Deseaba gritar: «¡Sois la sal de la tierra, y ¡Qué bello es vivir! es un homenaje a todos vosotros!» Y mi clase de gente vio el filme. Y tocó sus corazones, y los motivó a escribir miles de cartas, la mayoría de ellas testimonios de primera mano.

viernes, 13 de enero de 2017

Millenials: educación, tecnología, impaciencia y entorno laboral (video de Simon Sinek)


Transcripción (parcial) de un vídeo entrevista de 15 minutos a Simón Sinek

Millennials en el lugar de trabajo Transcripción del vídeo https://youtu.be/JZqDUpaGZrk

         Humm ¿cual es la cuestión de millennial? Aparentemente los “Millennials” como generación, es un grupo de gente que nació aproximadamente en 1984 y siguientes.

         Son difíciles de manejar, se les acusa de creerse con derechos, narcisos, egoístas, sin foco, perezosos, pero creerse con derechos es lo principal Y porque confunden demasiado el liderazgo.

         Lo que pasa es que los líderes les están preguntando a los millennials
         “¿Qué queréis?”

Y los millennials responden:
         Queremos trabajar en un lugar con un propósito. Me encanta.
         Queremos generar “Impacto” lo que sea que eso signifique.
         Queremos comida gratis y puffs.

         Cuando logran un trabajo con propósito, mucha comida gratis y muchos puffs, y aún así por alguna razón, todavía no son felices.

         Y es porque hay una pieza que falta. Y puedo dividirlo en cuatro piezas, cuatro cosas o características: la primera es la educación, otra es tecnología, la tercera es impaciencia y la cuarta es el entorno. 

1. Educación

         Muchos de a los que llamamos millennials crecieron sujetos a (no son mis palabras) estrategias fallidas de educación. Donde por ejemplo, les dijeron que eran especiales. Todo el tiempo. Les dijeron que tendrían todo lo que quisieran en la vida, sólo por quererlo. Algunos recibieron galardones no porque lo merecieran sino porque sus padres se quejaron y muchos recibieron la mejor nota porque los profesores no se querían enfrentar a los padres. Algunos obtuvieron medallas de participación, les dieron una medalla por llegar de últimos. La ciencia que tenemos es muy clara, eso devalúa el valor de la medalla y la recompensa de aquellos que trabajaron duro para conseguirla. Y hace que la persona que llegó la última se avergüence porque no la merecían y eso lo hace sentir peor. Si miras a este grupo de personas, ves se gradúan, obtienen un trabajo y entonces caen en el mundo real. Y en un instante se dan cuenta de que no son especiales, que su mamá no puede conseguirles un ascenso. No te dan nada por llegar de último y a propósito, no tendrás todo lo que deseas solo por quererlo. En un instante su la imagen que se han hecho de sí mismos se viene abajo. Tienes una generación entera que crece con menor autoestima que las anteriores.

         El otro problema que lo complica es que crecemos en un mundo de Facebook e Instagram. En otras palabras somos muy buenos poniéndole filtro a las cosas. Somos buenos mostrándole a la gente que la vida es asombrosa así esté deprimido. Todos tiene la apariencia de tipos duros y seguros de sí mismos, como si lo supieran todo. Y la realidad es que hay muy poca fortaleza y muy pocos lo saben todo.
         Cuando alguien mayor pregunta ¿Qué podemos hacer? 
Ellos dicen— ¡Esto es lo que tienes que hacer! 
 Y realmente no tienen ni idea. Así que tenemos toda una generación entera creciendo con una autoestima baja. Y esto no es culpa de ellos. Les ha tocado una mala situación.

2. Tecnología

         Ahora añadamos tecnología. Sabemos que la interacción con las redes sociales y nuestros celulares libera un químico en el cerebro llamado dopamina. Por eso cuando recibes un mensaje, te sientes bien. Todos lo hemos sentido. Cuando estamos un poco tristes o solos que enviamos mensajes a amigos, hola, hola, hola. Porque uno se siente bien cuando le responden. Por eso contamos los likes, por eso volvemos veces a ver que está pasando. Mi instagram está subiendo lento, ¿hice algo mal? ¿no les gusto? El trauma para los chicos de ser eliminados de amigos.

         Porque sabes que cuando lo logras, sientes una dosis de dopamina y se siente bien. Por eso nos gusta por eso volvemos a hacerlo. Dopamina es el mismo químico que nos hace sentir bien cuando fumamos, cuando bebemos o cuando apostamos. En otras palabras el altamente adictivo. Tenemos restricciones de edad para fumar, apostar y alcohol. Y no tenemos restricciones de edad para redes sociales ni celulares, lo que es equivalente a abrir la licorera y decirle a los adolescentes, —Mira aquí, si la adolescencia te pone triste. Eso es básicamente lo que pasa: una generación entera que tiene acceso a un adictivo, adormecedor químico llamado Dopamina a través de las redes sociales y celulares durante el alto estrés de la adolescencia. Porque es esto importante: casi todos los alcohólicos descubre el alcohol en la adolescencia.

         Cuando somos pequeños la única aprobación que necesitamos es la de nuestro padres. Mientras pasamos a la adolescencia hacemos esta transición donde necesitamos la aprobación de nuestros semejantes. Muy frustrante para los padres, muy importante para nosotros porque nos permite culturizarnos afuera de nuestras familias hacía tribus externas. Es un período altamente estresante y ansioso de nuestras vidas. Y se supone que aprendamos a apoyarnos en nuestros amigos. Algunas personas por accidente descubren el alcohol y los efectos tranquilizantes de la dopamina que les ayuda a sobrellevar el estrés y ansiedad de la adolescencia. Por desgracia eso queda programado en sus cerebros y por el resto de sus vidas. Cuando sufren un estrés importante, no acudirán a una persona, acudirán a la botella. Estrés social, estrés financiero, estrés profesional son las razones principales por las que un alcohólico bebe. Lo que pasa es que permitimos acceso ilimitado a estos aparatos y redes productores de dopamina que los están programando y lo que vemos cuando crecen es que muchos chicos no saben cómo formar relaciones profundas ni significativas. Son sus palabras, no las mías. Admitirán que muchas de sus amistades son superficiales, admitirán que no cuentan con sus amigos, se divierten con ellos, pero saben que ellos les cambiarán de plan si aparece algo más interesante. No hay relaciones profundas porque nunca practicaron las habilidades necesarias y peor aún.no tienen los mecanismos para lidiar con el estrés. Cuando aparece algún estrés importante en sus vidas no acudirán a una persona, acuden a un aparato, acuden a las redes sociales. Acuden a estas cosas que les ofrecen alivio temporal.

         La ciencia demuestra que la gente que pasa más tiempo en Facebook sufre índices más altos de depresión que quienes pasan menos tiempo. En estas cosas hay que lograr la medida, el equilibrio: el alcohol no es malo, pero mucho alcohol sí es malo. Apostar es divertido, pero apostar mucho es peligroso. No hay nada malo con las redes sociales ni los móviles, es la falta de medida. Si estás cenando con tus amigos y mandas mensajes a alguien que no está ahí, eso es un problema, es una adicción.

         Si estás en una reunión con gente que supuestamente deberías estar escuchando y hablando. y pones tu teléfono sobre la mesa, boca arriba o boca abajo, no me interesa, estás enviando un mensaje inconsciente a todos: “En este momento vosotros no sois tan importantes para mi” Y el hecho de que no puedas poner el móvil lejos es porque eres un adicto. Si te levantas y miras tu móvil antes de decir buenos días a tu pareja, tienes una adicción. Y como toda adicción con el tiempo, destruirá relaciones, costará tiempo, costará dinero, y hará tu vida peor.

         Toda una generación está creciendo con baja autoestima. No tienen los mecanismos de supervivencia para lidiar con el estrés.

3. Impaciencia

        Ahora añádele la sensación de impaciencia. Crecieron en un mundo de recompensa instantánea.
         ¿Quieres comprar algo? vas a Amazon y llega al siguiente día.
         ¿Quieres ver una película? Accede y mira la película, no tienes que ver las horas de las películas.
         ¿Quieres ver una serie de TV? ¡Bam! Ni siquiera tienes que esperar cada semana. Conozco gente que se salta temporadas enteras, solo para poder ver la serie al final. Recompensa instantánea.
         ¿Quieres salir con alguien? Ni siquiera tienes que aprender a ser… hey! No tienes que aprender ni practicar esa habilidad, no tienes que estar en ese mundo incomodo donde ella dice si y significa no, no significa sí. Solo desliza y ¡bing! soy un galán. No tienes que aprender los mecanismos sociales de supervivencia. Todo lo que quieres lo puedes tener instantáneamente. ¡Todo lo que quieras!

         Recompensa instantánea, excepto en satisfacción laboral y en fortaleza en las relaciones humanas: No existe un app para eso; son procesos lentos, serpenteantes, incómodos y desordenados. Me sigo encontrando estos chicos maravillosos, fantásticos, idealistas, trabajadores e inteligentes que se acaban de graduar.

         Apenas empezando en un trabajo, me siento con ellos y les pregunto
          —¿Como va todo?
Y ellos dicen
          —Creo que voy a renunciar.
Y pregunto
         —¿Por qué?
Ellos dicen —No estoy logrando un impacto.
         — ¡Pero si llevas aquí sólo ocho meses!

         Es como si se pararan al frente de una montaña y tienen este concepto abstracto llamado impacto que quieren tener en el mundo. Eso es la cumbre, lo que no ven es la montaña. No me importa si subes la montaña rápido o lento, pero sigue habiendo una montaña que subir. Lo que tiene que aprender esta joven generación es paciencia, que ciertas cosas, las que de verdad importan, como el amor, el éxito laboral, la alegría, el amor por la vida, la auto estima… Cualquiera de estas cosas toma tiempo, y aunque algunas veces puedes avanzar rápido en ciertos tramos, el viaje completo es arduo, largo y difícil. Y si no buscas ayuda y aprendes las habilidades, te caerás de la montaña.

         El peor de los casos (que ya lo estamos viendo) es el incremento en porcentajes de suicidios entre gente joven, vemos el incremento de muertes accidentales debido a sobredosis de drogas. Hay mas y mas chicos abandonar la escuela o tomar pausas largas debido a depresión. Inaudito. Esto es bastante malo.

         El mejor de los casos es que tendrás un sector entero de población creciendo y yendo por la vida sin encontrar nunca alegría. Nunca encontrarán realización profunda en su trabajo o en la vida. Pasarán por la vida diciendo que todo está bien.
         — ¿Como va el trabajo?
          — Está bien, igual que ayer.
         — ¿Como va tu relación?
         — Bien
 Ese es el mejor escenario posible.

4. Entorno

         Lo que me lleva al cuarto punto que es el ambiente, el entorno.

         A este grupo de chicos sorprendentes y fantásticos a los que les ha tocado esta mala situación -no es su culpa- los estamos colocando en ambientes corporativos donde importan más los números que los chicos. Importan más las ganancias a corto plazo que las vidas a largo plazo de estos jóvenes. Importa más este año que toda una vida. Los ponemos en ambientes corporativos que no les están ayudando a construir confianza, que no les están ayudando a aprender habilidades de cooperación; no les ayudan a superar los desafíos del mundo digital y encontrar un equilibrio, hacer las cosas con medida. No les ayuda a superar la necesidad de tener recompensa instantánea. Y enseñarles la felicidad, el impacto y la realización que obtienes trabajando duro por mucho tiempo en algo que no se puede lograr en un mes ni en un año. Los metemos en ambientes corporativos y la peor parte es que ellos creen que es su culpa. Estoy aquí para decirles que no son ellos los culpables sino las corporaciones. Es el ambiente corporativo, la falta total de buen liderazgo en el mundo hoy lo que les está haciendo sentir así. Lamento decirlo pero es responsabilidad de las compañías.
— Siento que te haya tocado a tí, pero no teníamos otra opción.
Ojalá la sociedad y los padres hubieran hecho una mejor labor pero no.

         Ahora los metemos en las compañías y recogemos la flojera. Tenemos que trabajar muy duro para encontrar las maneras de construir su confianza, tenemos que trabajar mucho para encontrar formas de enseñarles las habilidades sociales que les faltan.

         No debería haber móviles en las salas de reuniones. Ni tampoco sentarse afuera para mandar mensajes, cuando estas esperando a que una reunión comience. Esto es lo que hacemos, nos sentamos así y esperamos a que la reunión comience.
 - Ah ¿Comenzó la reunión? Vale.

Así no es como se estrechan relaciones humanas. Son las “pequeñas cosas” de las que antes hablábamos. Las relaciones se forman de esta manera, mientras esperamos a que empiece la reunión nos ponemos a hablar, por ejemplo:

         — ¿Cómo está tu padre? He oído que estaba en el hospital.
         — Está mucho mejor, gracias por preguntar, ya está en casa.
          — Oh me alegra.
         — Sí, es fantástico. Nos asustamos mucho.

Así se forman las relaciones
         — Hola, ¿tienes ya preparado el informe?
         — Oh no lo he hecho aún.
          — Yo te puedo ayudar.
         — ¿En serio?

Así es como se crea la confianza. La confianza no se forma por una acción, en un día; ni siquiera los malos momentos no se forman inmediatamente. Es fruto de una constancia lenta y permanente. Tenemos que crear mecanismos en donde permitamos que esas pequeñas interacciones sucedan.

         Pero cuando permitimos móviles en las salas de reuniones simplemente, Vale, tengo mi reunión. Y mi situación favorita es cuando estás hablando con uno y miras tu móvil y cuando suena y ves quien es, le dices al que está contigo:
         — "No voy a contestar”
¡Vaya con el señor magnánimo!.

         Cuando voy a cenar con mis amigos, dejamos los móviles en casa. Tal vez uno traiga su móvil por si tenemos que pedir un Uber o tomar una foto de nuestra comida.
         —Bien, da igual, soy un idealista pero no estoy loco.

         Es como un alcohólico, la razón por la que quitamos el alcohol de la casa es porque no podemos confiar en el poder de nuestra voluntad. No somos lo suficientemente fuertes, pero cuando quitas la tentación, es todo más fácil. Pero cuando dices, no mires tu teléfono, la gente dirá que sí pero luego irá al baño y ¿que es lo primero que hacemos? Miramos el teléfono porque no queremos mirar el restaurante por unos minutos.

         Pero si no tienes el teléfono, simplemente disfrutas el mundo. Ahí es donde pasan las ideas, las constantes interacciones no es donde tienes innovación e ideas. Las ideas pasan cuando nuestras mentes divagan. Cuando ves algo y dices — apuesto que puedo hacer eso. Eso se llama innovación. Estamos perdiendo esos pequeños momentos.

         Nadie debería cargar su teléfono al lado de la cama, deberíamos cargar nuestros teléfonos en la sala, así quitamos las tentaciones. Si te levantas en medio de la noche sin poder dormir, no verás tu teléfono, eso te empeoraría. Si está en la sala, estás relajado, todo va bien. Alguno dirá: ¡No puedo, es mi reloj despertador! Bien, pues cómprate un reloj despertador. Cuestan 8 dólares. Yo te compro uno.

lunes, 7 de marzo de 2016

"El chico de azul", cuando una danesa agnóstica se enamora de un español católico


  • Camilla Hecquet Nielsen, danesa, cristiana luterana no practicante, casada con español, fue entrevistada por el periodista José Miguel Cejas.
  • Camilla le contó su noviazgo y su matrimonio con Manuel, un joven español, católico practicante, al que conoció en un Erasmus.
  • La entrevista está recogida en el libro Cálido viento del norte, Editorial Rialp, 2015, del mismo autor de esa entrevista, que habla de cristianos de los países escandinavos que viven contra las corrientes dominantes de pensamiento. 


Era abril del 99 y en aquella fiesta éramos todos daneses, menos uno, el exótico. Yo iba a la moda de entonces: botas militares, pantalones vaqueros, blusa blanquinegra, el pelo rapado y teñido de rojo: un look estilo Nirvana, pero no demasiado grunge. Estábamos bailando y escuchando música de los Backstreet boys y otros grupos. Yo era una chica danesa normal y corriente de diecinueve años. Estudiaba para fisioterapeuta y vivía en mi piso de Copenhague, independizada de mi familia: una familia con varios medio hermanos, fruto de anteriores relaciones de mis padres, como suele pasar en Dinamarca. El marido de mi madre dirigía un coro, por lo que tuve una infancia muy musical, en la que gocé de todas las libertades del mundo. Me encantaba la gimnasia rítmica, cuanto más movida mejor. Tocaba la batería, y no sé qué más puedo contarte, salvo que tras conocer al exótico de la fiesta, todo cambió.
Era un erasmus, un chico español alto y fuerte que llevaba una camisa azul marino. No sé por qué a los chicos españoles les gusta tanto ese color: cuando no saben qué ponerse, eligen algo azul marino. Empecé a hablar con el chico de azul y quedarnos para tomar algo en un bar de Osteport. Era simpático, divertido y me parecía igual que todos, hasta que un día le pregunté qué había hecho esa mañana. - He ido a misa -me dijo- y luego me he puesto a estudiar. iA misa! Me quedé aterrada, aunque lo disimulé. Imaginaba que sería católico por donde había nacido, igual que yo era luterana por el hecho de ser danesa, pero eso eran cuestiones sin importancia. Cuando tenía trece años le dije a mi madre que no quería prepararme para la confirmación y que solo pensaba acudir a la fiesta. Supuse que me iba a contestar, como siempre: «Ah, muy bien», porque en mi casa no éramos creyentes ni hablábamos de religión. Solo íbamos a la iglesia en Navidad para escuchar a los coros o con motivo de un funeral, porque eran costumbres y obligaciones sociales, nada más. Sin embargo, mi madre me dijo “No, Milla: es mejor que sepas a qué dices «no». Si no serás una ignorante de todo” Al final fui a las clases porque iban algunos de mi pandilla y me confirmé para estrenar un vestido nuevo como mis amigas. Y ahí acabó la cosa.
Pero ahora mi chico creía firmemente en Dios y era al mismo tiempo -eso me sorprendía- muy divertido; y hacía una sangría estupenda. Me enamoré de él con cierto temor, porque pensaba que querría imponerme su religión, hasta que comprobé, con hechos, que me respetaba. Y me quedé de una pieza cuando me dijo que no quería tener relaciones hasta el matrimonio. «Eso dice, veremos si es capaz», pensé. Pero su comportamiento me confirmó sus palabras. Mis amigas no lo entendían: «¿Por qué no probáis a vivir juntos para ver si lo vuestro funciona? Conocerse es muy importante». Pero él tenía una concepción distinta del matrimonio. «Los coches -me explicaba- se prueban, y si no te gustan, los dejas. Pero una mujer no es un objeto, ni una máquina para probar. No es un kleenex que se usa y se tira, y tú lo sabes mejor que yo: lo que deseáis, sobre todo, es ser amadas. Por eso, lo más decisivo en un matrimonio no es comprobar qué pasa cuando uno de los dos deja tirada la toalla del cuarto de baño en cualquier parte. Hay cosas más importantes, ¿no te parece?». Yo estaba de acuerdo y esto me hacía reflexionar, por­que en Dinamarca las cosas suceden así: tienes dieciséis o diecisiete años, conoces a un chico y te vas a vivir con él. O lo llevas a casa de tu familia, o con quien vivas -si vives con alguien- y es uno más. Puedes tener un hijo con él, pero si luego te gusta otro, le dejas. Si te apetece, te casas; si no, no. Qué bonito sería que el amor durara toda la vida; pero como no es así, es frecuente que a los ochenta años te encuentres sola, en una residencia de ancianos donde van a visitarte de vez en cuando los hijos y nietos de tus diversos matrimonios. Y eso es muy triste. Mi madre tampoco lo entendía: -”¿Os vais a casar sin haber convivido antes? ¿Estás loca?” Pero yo seguía reflexionando. Y seguía charlando con Manuel de esto (en inglés, claro, porque él no sabía danés ni yo castellano). Los domingos iba con él -solo por acompañarle- a una misa en inglés para estudiantes extranjeros. Al terminar, nos reunimos con los que habían ido para socializar un poco. Había algunos daneses y allí la exótica era yo, porque no sabía prácticamente nada del cristianismo. Sin embargo, me gustaba aquel ambiente y me atraía, sin saber por qué. Como lo nuestro iba cada vez más en serio y provenía­mos de mundos tan diferentes, hablamos mucho de estas cuestiones. Él era creyente y tenía una idea del matrimonio, de la familia y de la educación de los hijos distinta de la mía: mi única referencia era lo que había visto en mi país.
Después de hablar con claridad de las cuestiones fun­damentales, vimos que estábamos de acuerdo en todo y decidimos casarnos. Ahora los novios hablan muy poco de esos temas y me parece un error, porque solo cuando se abordan a fondo se puede tomar una decisión madura. Antes de la boda, Manuel y yo sabíamos perfectamente cómo pensábamos acerca de la vida conyugal, del uso del dinero o de la educación que queríamos para nuestros hijos porque habíamos hablado mil veces de eso. Desde luego, nos conocíamos más y mejor que algunos amigos nuestros que se habían ido a vivir juntos tras cuatro noches de fiesta. Comencé a leer por mi cuenta algunos libros sobre el catolicismo y estuve charlando con Richard Hayward, un sacerdote inglés que me puso en contacto con una chica sueca del Opus Dei que había sido luterana, a la que le pregunté por mi futura vida como esposa de un católico. Durante aquel proceso no me sentí presionada en ningún momento: ni por Manuel, ni por su familia -gente creyente y practicante-, ni por el sacerdote, ni por esa chica. Como la mayoría de las personas de mi país, soy muy independiente y solo hago aquello de lo que estoy convencida. Por mi educación liberal me gustaba aquel respeto por parte de todos. Manuel nunca me dijo, ni me sugirió siquiera: «Milla, para casarte conmigo sería bueno que te hicieras católica». Jamás.
Nos casamos el 11 de julio del 2003 y en noviembre nos fuimos a vivir a Múnich, donde nació Ana, nuestra hija mayor. Él tenía que viajar mucho por razones de trabajo, y yo, a medida que la niña iba creciendo, me sentía aislada, porque no conocíamos a nadie allí, salvo a unos matrimonios que se reunían una vez al mes para charlar sobre las enseñanzas de la Iglesia. Como hablaban en alemán, ni Manuel ni yo no acabábamos de pillar todo lo que decían; pero lo poco que entendía me gustaba. Me acordé de la chica sueca de Copenhague y me puse en contacto con algunas mujeres del Opus Dei en Ale­mania. No iba en busca de la fe: solo quería tener más personas conocidas en la ciudad. Me presentaron a una madre de familia con la que hice amistad, y me dio unos consejos muy buenos: me animó a querer a Manuel tal y como era, con sus virtudes y defectos, sin obsesionarme con ellos y sin reñirle constantemente por tonterías. Me dijo que confiara en él y reservara tiempo para nosotros dos; y que cuando llegaran más hijos, no le relegara a un segundo plano en mi corazón. - “Porque a Ana y a tus futuros hijos los cuidarás y los mimarás -me decía-; pero a él corres el riesgo de no cuidarle y mimarle todo lo que necesita.”
Me presentaron a un sacerdote, el doctor Irrgang, que al principio solo me preguntaba por mis problemas como madre de familia joven: fui yo la que le propuse que me explicara algunos puntos de la fe. Y así, dando un paso tras otro, decidí ser católica. Hice la primera comunión y la confirmación el 26 de junio del 2005 en la Theatiner­kirche de Múnich, una iglesia preciosa. Mi familia pensaba que me había hecho católica por conveniencia y no como fruto de una decisión propia. Hasta que vieron con sus propios ojos que aquello no había sido «una solución de compromiso», sino un compromiso personal; y que mi fe no es como esas botas de nieve que te quitas cuando llega el buen tiempo: es mi vida. Ahora mi madre está empezando a hacerme preguntas: «¿y qué dice el Papa sobre...?». Por las experiencias que he visto, he concluido que eso de irse con un chico para vivir a prueba, al poco de haberse conocido, es una locura; y no lo contrario. Muchos, en cuanto se presenta la primera dificultad, se separan. Y en ocasiones hay un hijo por medio. ¿y ese hijo? ¿Alguien ha pensado en él, en su vida y en su sufrimiento? Desgraciadamente, en estos momentos divorciarse te lleva menos tiempo que comprar una lavadora nueva. Otra locura. Mi madre se ha vuelto a quedar sola, porque su nuevo marido se ha ido con otra mujer. Y tanto yo como mis hijos, aunque son pequeños, somos testigos de su dolor, que también es nuestro dolor. Además, resulta muy difícil explicarles ciertas cosas a los hijos a determinadas edades. No lo comprenden. Hay que ponerse en su piel: viene alguien de tu familia a pasar unos días y te presenta a su esposa o a su esposo; y en la siguiente visita aparece con otra persona... Todo esto es muy duro, duele. Y en ocasiones, tu familia no entiende que deseas educar a tus hijos de otra manera, y que no quieres que presencien determinadas cosas, ¡y que tienes derecho a hacerlo! Porque los niños sufren. Yo lo he vivido y lo he padecido en mi propia carne: no son teorías. No hay vida sin dolor, que nos llega a todos por un camino o por otro, pero hay unos estilos de vida que llevan a la alegría y otros a la tristeza. Y mi experiencia personal es que la fe lleva a la felicidad. Es curioso: muchas personas se apartan de la cruz de Cristo en busca de la felicidad, cuando la felicidad plena se encuentra en Cristo. La alegría nace del sacrificio, del amor, de la entrega de uno mismo. Hay unas palabras de san Josemaría que he meditado mucho: «La alegría tiene sus raíces en forma de cruz». Esas palabras no me gustan porque sean poéticas. Aprecio la poesía, pero soy, como buena danesa, una mujer práctica. Esas palabras me gustan porque son verdaderas.
Post data del autor de la entrevista (Cuando transcribí su testimonio y se lo envié a Camilla por correo electrónico para que lo aprobara, al igual que hice con el resto de los testimoniantes, me sorprendió que tardara en responderme. Al final recibí su correo en el que me explicaba la causa de su tardanza: ¡Acababa de tener un nuevo hijo! El séptimo. La felicité y me contestó: - Muchas gracias. Manuel y yo estamos muy contentos, aunque ahora, con siete niños en casa... ¡tenemos que correr un poco más!).

lunes, 15 de febrero de 2016

Hablar de Dios a ateos idealistas

Walter Ciszek, un jesuita norteamericano de origen polaco estuvo 23 años en la Unión Soviética, cinco de ellos en la temible cárcel de Lubianka y quince en un campo de prisioneros, auténticos esclavos al servicio de la economía comunista soviética. Acaba de publicarse por Palabra “Caminando por valles oscuros” sus memorias espirituales de esos años. Recojo, por su utilidad en un mundo materialista y agnóstico, su experiencia de los últimos años que estuvo en la URSS, ya “libre” pero controlado por el KGB, sin autorización para salir de una ciudad siberiana ni de celebrar culto público, pero en los que pudo hablar de Dios, con prudencia, a muchos comunistas, a menudo desencantados con su humanismo ateo, que no satisface con sus respuestas

La policía secreta se presentó un día de madrugada y me dio cuarenta y ocho horas para salir de la ciudad. No perdieron el tiempo con argumentos ni explicaciones. Me dijeron que me arrestarían si pasados dos días seguía allí. El agente al mando me dijo fríamente y sin rodeos:
- Wladimir Martinovich, te voy a dejar clara una cosa: en Abakán no volverás a dedicarte a lo que has venido haciendo aquí y en Norilsk, o acabarás donde empezaste, ¿te queda claro?
No mencionó mi sacerdocio ni la religión, pero ambos sabíamos a qué se refería. De manera que, cuando llegué a Abakán, empecé a trabajar en un garaje de la ciudad, el ATK-50,(...) logré trasladarme a vivir con una familia con la que me había encariñado, me trataban como a un miembro más de la familia y me alegró poder quedarme con ellos. Por otra parte, mi nuevo alojamiento me brindaba intimidad y la posibilidad de celebrar misa a diario sin temor a interrupciones. Cuando acababa mi tumo en el garaje, no solía haber nadie en casa excepto Babushka, la abuela, por lo que antes de cenar podía decir misa o rezar tranquilamente. Babushka y yo enseguida nos hicimos amigos y por la noche, al regresar a casa, siempre había esperándome un tazón de sopa caliente o kasha.
Aquellos años en Abakán se convirtieron en mi primera y auténtica oportunidad de participar de cerca en la vida cotidiana y familiar de la Unión Soviética. Pasaba muchas horas hablando con la familia y con sus amistades, y acabé conociendo a una gran diversidad de gente: desde los que trabajaban en el garaje y en otros sitios hasta los miembros del partido que se dejaban caer constantemente para charlar con su antiguo colega del concejo municipal. De hecho, su casa era el centro de reunión de todo tipo de gente y recibía un permanente aluvión de visitantes. Aquello también suponía una ventaja para mí: en medio de tantas idas y venidas, la gente podía venir a mi casa y quedarse hablando conmigo en privado de religión sin que llamáramos demasiado la atención. Al principio, fui extremadamente prudente en Abakán y no mencioné que era sacerdote ni me embarqué en ningún apostolado. Pero poco a poco se fue sabiendo: un amigo se lo contaba a otro Y muy pronto volví a estar ocupado, no de manera oficial ni con grandes grupos de gente, sino de uno en uno o por parejas. Aconsejaba, dirigía, confesaba y bautizaba a los niños, y ungía a los enfermos y moribundos. Una vez más, me asombraban la fe y la perseverancia de aquella gente y los sacrificios que estaba dispuesta a hacer en defensa de su fe. Y mi amor hacia el pueblo ruso creció más que nunca.
El ciudadano soviético de a pie no se deja engañar por la propaganda. Como cualquier ser humano, anhela una vida más rica y plena, busca un significado más profundo a su vida que las cosas materiales prometidas (y no facilitadas) por el comunismo o la construcción de la sociedad socialista perfecta que promete la “gloriosa revolución”. Está orgulloso de los logros de su país, orgulloso de lo que ha conseguido en unas pocas generaciones, y no se cuestiona demasiado el sistema en que vive. Pero tanto a él como a sus amigos les preocupan los mismos problemas que a la gente de todas partes y buscan respuestas. No están seguros de que esa respuesta esté en la religión, e incluso sospechan de ella y de las iglesias, pero quieren respuestas más satisfactorias a su anhelo interior y a sus preguntas que las que el comunismo les ha ofrecido hasta ahora.
Por propia ideología, el comunismo se ocupa del humanismo: a ese fin dirige todos sus esfuerzos. Ningún sistema social del mundo concede tanto prestigio al hombre como el comunista, al menos en teoría y en la propaganda. La literatura, la cultura, la educación, el trabajo, la ciencia, el derecho, la medicina, la mano de obra y toda la riqueza del país están al servicio del bien del pueblo. Por todas partes hay eslóganes que rezan “todo por el hombre”. Suele citarse con frecuencia la frase de Gorki de que la palabra hombre suena hermosa, y a los niños en las escuelas y a los obreros en las fábricas se les repite que no hay nada en el mundo tan valioso como el ser llamado hombre. Para el uso diario se han creado expresiones concretas que ensalzan la bondad de la naturaleza humana. Se ha construido toda una ética en torno al tema que ha penetrado en el orden social. Cuando las autoridades o algún camarada reprenden a un ciudadano por una falta o error, le recuerdan su obligación de ser alguien humano, de tener conciencia, de ser honesto y hombre de palabra. A los niños y a todo ciudadano soviético se les inculcan con feroz insistencia las características fundamentales del ser humano. El hombre comunista, el hombre del nuevo orden social, debe ser superior al resto, porque de él depende la conversión del mundo al comunismo, a la libertad, a la fraternidad y a la justicia para todos.
El partido y el gobierno hacen uso de todos los medios a su alcance para educar a los ciudadanos en el nuevo espíritu del comunismo. Los medios de comunicación, los teatros, el arte y la literatura, las escuelas, los sindicatos y las asociaciones creadas en todo el país con ese propósito recalcan el mismo tema. Ni siquiera los espectáculos y el arte quedan libres de esta insistencia -a menudo molesta- en las virtudes del nuevo hombre comunista, en la dignidad del trabajo a favor de una causa, la necesidad de ser honesto y respetar la ley, la fraternidad y la obligación de hacer y aceptar las correcciones con fraternal camaradería. Se ensalzan las nociones más elevadas del amor y la caridad; el egoísmo, la pereza y la codicia son los principales enemigos. El objetivo consiste en preservar el bien común, hacer por humanidad lo que la humanidad nunca ha logrado hacer.
No cabe duda de que esta propaganda constante ejerce sus efectos. Uno de sus logros palpables consiste en un espíritu de camaradería inexistente en cualquier otro lugar. Otro es el genuino orgullo que provoca en la gente su propio éxito, tanto si se trata de cumplir un plan quinquenal como de la construcción de una presa o una fábrica nuevas, una buena cosecha o el mero hecho de atenerse a las normas diarias que rigen en el puesto de trabajo. El sentimiento de haber enriquecido el suelo patrio de uno u otro modo hace sentirse a la gente partícipe de las cosas y orgullosa del sistema. Son incapaces de entender el capitalismo y así lo manifiestan abiertamente. Han visto exaltados una y otra vez su sistema y sus logros a lo largo de toda una generación y han acabado creyendo en ellos: simplemente, los dan por hecho y piensan que así deben ser las cosas. Y no tiene nada de sorprendente. En Occidente se produce el mismo efecto psicológico a través de la publicidad de todo tipo de productos: coches, casas, jabones y desodorantes, modas e incluso pornografía. El estilo de vida americano se pinta a todo color y la gente acaba creyendo que debe poseer todas esas cosas: hasta el punto de endeudarse o solicitar un crédito con tal de contar con lo último y estar al día de las modas o novedades más recientes.
Pero nada de todo eso satisface a la gente. Quizá exista una aceptación inconsciente, como un reflejo condicionado, de las premisas y los objetivos constantemente repetidos, pero existe también un sentimiento vagamente percibido y tal vez igual de inconsciente de que en la vida debe haber algo más que los bienes o los logros materiales, tanto individuales como colectivos. Con mucha frecuencia tomé parte en discusiones sobre el significado de la vida y la cuestión de la moral con obreros corrientes, con esposos, esposas y abuelas comunistas, desde los más sencillos a los más instruidos. No hacía falta que iniciara yo esas conversaciones: la machaconería del eslogan “todo por el hombre” es el equivalente comunista de los anuncios de televisión, y una noticia, un documental e incluso algún programa cultural o de entretenimiento bastaban para suscitar reacciones y dar comienzo a las discusiones.
La mejora de la humanidad, la noción abstracta de humanismo o la idea glorificada del hombre son ideales muy tenues que enseguida pierden el poder de inspirar o satisfacer frente a la experiencia diaria y la repetitiva monotonía de la vida. Uno puede dedicarse temporalmente al objetivo de servir a la humanidad sufriente, puede ponerse como meta la idea de fraternidad; pero, dada la naturaleza humana y su condición -y los fallos humanos demasiado frecuentes-, es difícil mantener y perseverar en esos momentos de inspiración sin alguna motivación más honda y de peso. Para la ideología comunista, para el comunismo ateo, no hay nada más que el hombre y el mundo material; por lo demás, solo existe una vaga visión de cierta futura sociedad perfecta, de un estadio mejor y más elevado de la humanidad que se dará en una edad dorada aún por llegar, para la que hasta los apologistas más doctrinarios del comunismo hace mucho que renunciaron a fijar una fecha. De repente, los comunistas de hoy en día se han encontrado en la misma posición que aquellos cristianos de los siglos I y II que empezaron a comprender que la Parusía, la segunda venida de Cristo, no estaba a la vuelta de la esquina. Irónicamente, la futura edad de oro del comunismo ahora es contemplada por el ciudadano corriente, y especialmente por los jóvenes, con el mismo desdén que los portavoces comunistas solían reservar para la religión, descrita como meros “castillos en el aire”. Al fin y al cabo, el hombre solo es un hombre, sobre todo si se trata del vecino de al lado con todos sus pequeños defectos, o ese tipo estúpido que trabaja en la mesa pegada a la tuya, el carnicero o el dependiente tramposos, el conductor del autobús maleducado e impaciente, el agente de tráfico brusco y malhumorado, el miembro del partido que te habla a gritos o es un arribista, el encargado de la tienda o el jefe sindical antipáticos, o los niños malcriados y desobedientes del vecino. Puede que el enfermo y el afligido te inspiren compasión y te sientas inclinado a ayudarlos; puede que te conmuevan los relatos de las víctimas de la guerra o de las catástrofes naturales; pero cuesta experimentar compasión o sentimientos fraternales hacia aquellos con quienes te codeas y cuyos defectos demasiado humanos contemplas todos los días. ¿Qué derecho tiene el hombre de la calle sobre mí? ¿Por qué tengo que tratar con el energúmeno que vive al lado o que trabaja conmigo movido por cierto ideal noble pero totalmente abstracto de fraternidad? Amar a la familia y a los amigos es una cosa -nace de la propia naturaleza humana y de los vínculos que crean el sacrificio mutuo y las cosas compartidas-; pero amar a la humanidad en general... ¿qué significa eso?
¿Y cómo explicar los grandes males del comunismo?
Aquella gente conocía el terror de la época de Stalin; prácticamente todo nuestro entorno tenía un amigo, un familiar o sabía de alguien que había estado en los campos de prisioneros de Siberia. ¿Dónde se veía ahí el tan cacareado “humanismo”? O los abortos. Pensemos en los abortos. Solo en nuestra pequeña ciudad se practicaban cincuenta y seis abortos diarios -basta con repasar las estadísticas oficiales-; ¿y qué decir del resto de la Unión Soviética? ¿Es ese un modo de promover el humanismo? En la Unión Soviética el aborto es legal. Cualquiera que lo desee puede abortar. El gobierno afirma que se debe legalizar para evitar abusos privados. Los sueldos del marido y la mujer apenas bastan para mantener a uno o dos hijos así que todo el mundo quiere abortar. Pero es un tema que les inquieta. Las salas de espera contiguas a las salas de abortos de las clínicas estaban llenas de carteles que, lejos de elogiarlo, informaban a las pacientes de las posibles secuelas psíquicas y físicas que la intervención podía provocar. Los médicos -mujeres en su mayoría-, las enfermeras y el resto del personal intentaban disuadir a las pacientes. Pasados los años, las mujeres confesaban que no podían librarse de los sentimientos de culpa. Y no eran “creyentes”, sino mujeres y chicas que habían recibido una educación totalmente atea en las escuelas soviéticas.
Incluso para el comunismo se trata de un asunto relacionado básicamente con la vida y la muerte, con el bien y el mal. Si ya desde sus inicios la vida se trata con tanta ligereza, decía la gente, ¿quién va a evitar que se extienda esa mentalidad? ¿La sociedad? Difícilmente. La sociedad ni siquiera es capaz de lidiar convenientemente con los problemas de delincuencia actuales ni con otros desórdenes sociales. Y, cuando una sociedad apoya el mal, ¿dónde acabará? ¿Se puede confiar en que el hombre resuelva él solo los problemas de la humanidad? Contemplad la historia y hasta dónde han caído, una y otra vez, los países civilizados.
Poco a poco, en esas conversaciones iba sacando la idea de Dios y de la religión, de la naturaleza humana caída y de la redención, de Cristo y de su reino. Naturalmente, lo que dijera o hasta dónde llegara dependía de con quién estuviese y de su disposición a escucharme. Mis amigos más cercanos sabían que era sacerdote y a veces escuchaban gustosamente; con otros me limitaba a declararme “creyente” sin ningún rubor y aguardaba su reacción para saber hacia dónde dirigir la conversación.
Algunos sentían curiosidad y me hacían preguntas; otros simplemente se encogían de hombros; había quienes atacaban con acritud la religión y a la Iglesia. Sus ataques solían centrarse siempre en los abusos que constituyen el plato fuerte de toda la propaganda atea contraria a la religión: la codicia de la Iglesia y la venta por parte de sacerdotes y monjes de velas e iconos con afán de hacer negocio; las perversiones sexuales de monjas y sacerdotes; la influencia y el poder político de la Iglesia en la época de los zares; las extrañas prácticas ascéticas y las penitencias de los “santos”, e incluso las torturas de la Inquisición. Cada una de las acusaciones a las que han dado pie la Iglesia o los clérigos con sus errores humanos se exponen detalladamente en las clases de ateísmo impartidas en las escuelas y se exhiben en los museos públicos ateos. Esa es la única faceta de la Iglesia de la que ha oído hablar el ciudadano normal de esta generación, de modo que su antipatía hacia la Iglesia y la religión, basada en medias verdades y distorsiones, es comprensible. Yo no intentaba defender ese tipo de cosas -solo Dios sabe si son defendibles-, sino que procuraba reconducirlas hacia las verdades de la fe relacionadas con nuestra conversación previa sobre el significado de la vida y la fraternidad humana.
Hablaba de Dios tal y como creía en Él, de la creación y del plan divino en relación con el hombre y el mundo. Hablaba de la caída y del pecado, del rechazo de Dios y del plan divino por parte del hombre, del desorden introducido en el mundo y de los males que aquejaban a la raza humana a causa de ese desorden que llamamos pecado. Hablaba de la promesa divina de un Redentor y de la venida de Cristo. Hablaba del ejemplo que nos dejó Él de una vida humana perfecta, en la que cada pensamiento y cada obra estuvieron dedicados a hacer la voluntad de Dios, la voluntad del Padre, y así volver a restaurar el orden perfecto en que consistía originariamente el plan divino para toda la humanidad. Hablaba de cómo Cristo había sufrido todas las humillaciones que el ser humano es capaz de sufrir, desde un nacimiento humilde hasta la pobreza; hasta treinta años de una vida de trabajo rutinaria y monótona en una aldea pequeña y remota; hasta el rechazo, el sufrimiento, el dolor y, finalmente, la muerte: el final al que se enfrenta todo hombre. Hablaba de su resurrección y de su victoria sobre la muerte: el hecho central de toda la fe cristiana, que nos proporciona la absoluta certeza de que existe una vida después de la muerte, una vida después de esta vida; la certeza de que el hombre y su existencia en la tierra tienen un sentido que trasciende la muerte.
Les decía que su venida era el comienzo de una nueva era, de un reino nuevo: el comienzo -y solo el comienzo- de una nueva creación del mundo de acuerdo con el plan original de Dios al que todos nosotros debíamos entregarnos en cuerpo y alma para perfeccionarlo y llevarlo a su plenitud. Les explicaba lo que enseñaba sobre la paternidad de Dios, lo único que daba sentido a la fraternidad de los hombres; sobre el amor, la justicia, la verdad, la honradez, el sacrificio de uno mismo y la conformidad con la voluntad de Dios, que constituyen el fundamento de la moral cristiana y del perfeccionamiento del reino que Cristo vino a instaurar en la tierra. Y, finalmente, les hablaba de la fe y la esperanza que ofrecía a los hombres, no solo en un futuro mejor, en ilusorios “Castillos en el aire”, sino en la posibilidad de redimir este mundo y a toda la humanidad.
No pretendía convertir a nadie, sino que contribuía con estos temas a las conversaciones que surgían espontáneamente en torno al significado de la vida y de la humanidad, a la fraternidad y al sentido de dedicarse a trabajar por una vida mejor, al mal en el mundo y a la moral, a la libertad y a la paz. Si en el curso de esas enmarañadas discusiones no conseguía hacer de ellos creyentes, al menos les ofrecía una alternativa a la política del partido y a las doctrinas que oían y en las que habían acabado creyendo, y que a veces se cuestionaban. Les ofrecía al menos otra respuesta a los temas que los inquietaban y les hacía ver que, para quienes creíamos, existía un significado del hombre y de su existencia aquí en la tierra que iba más allá de lo meramente humano y material. No se trataba de decirles que tenía de mi lado todas las respuestas y ellos del suyo, todas las preguntas y dilemas; lo que intentaba mostrarles era que las dudas y los anhelos que manifestaban, la agitación interior de sus corazones y sus almas procedían de un espíritu humano que era natural en ellos, pero que trascendía lo material. Me hacía eco de las palabras de san Agustín: el corazón del hombre ha sido hecho solo para Dios y está inquieto hasta que descanse en Él. Tampoco se trataba de pronunciar largos sermones ni de explicar la doctrina de la Iglesia, ni el Credo, ni la historia de la salvación -como parece desprenderse de lo que acabo de resumir-, porque las tardes estaban llenas de preguntas y repreguntas, argumentos y refutaciones, de razonamientos que suscitaban nuevas ideas, preguntas y razonamientos; y por lo general bajo esa sinceridad había un trasfondo de buen humor.
La mayoría de los ciudadanos rusos corrientes saben que en el país aún subsiste la religión y muchos están deseosos de aprender más sobre ella. También son muchos los que pueden recordar cómo sus padres y abuelos se aferraban a las creencias y prácticas tradicionales y deseaban que sus hijos al menos recibieran el bautismo; y recuerdan con una mezcla de cariño y nostalgia la bondad de aquella generación que más tarde les enseñaron a ridiculizar en la escuela a causa de sus “Supersticiones”. ¿Era la religión -se preguntaban ahora- lo que hacía de los ancianos buenas personas? ¿Era lo que hacía llegar al momento de la muerte con una fe intacta? También se hacen preguntas acerca de una religión que mueve a vecinos y colegas que les consta que siguen practicando su fe a enfrentarse al escarnio y al acoso, a pequeñas persecuciones y a la pérdida de privilegios sociales, al sufrimiento y al sacrificio personales. ¿Hay algo de verdad en ella -se preguntan - y realmente puede ser tan importante, marcar una diferencia tan grande en la vida del hombre?
El ejemplo de esos valientes cristianos, la curiosidad y las preguntas que suscitan, no logran muchos conversos como tampoco los lograron mis conversaciones ni mis explicaciones. Pero sin duda preparan el terreno para la semilla de la fe que solo Dios puede plantar en los corazones de los hombres. A través de los admirables caminos de su providencia, Dios se sirve de muchos medios para alcanzar su fin. Incluso el comunismo, a pesar de su objetivo expreso de acabar con la religión y con toda fe en Dios, tiene un significado en el plan divino. Hay en él mucho de implacable, de cruel, de violento, pero ha eliminado también mucha corrupción; ha empezado a construir una nueva sociedad dedicada -por irónico que parezca- a la humanidad. Desde un punto de vista puramente natural, su preocupación por el hombre ha hecho mucho bien; la gente, a través del sufrimiento -y mucho sufrimiento innecesario, no cabe duda-, ha respondido a sus severas exigencias con grandes sacrificios, con un espíritu de entrega y un sentido de la fraternidad que podrían ser la envidia de muchos países cristianos. Sin duda, las semillas de la fe que Dios plantará en su momento acabarán hallando en sus corazones un suelo fértil y una abundante cosecha.

Mi apostolado entre esas personas, a través -una vez más- de los misteriosos caminos de que se vale la providencia, ha concluido. Pero las recuerdo con cariño y con nostalgia; rezo por ellas todos los días. Sigo recordándolas cada mañana en mi misa, a ellas y a mis cristianos rusos de Norilsk y Krasnoyarsk, a mis compañeros y a mis amigos de los campos de prisioneros. Y ofrezco por su salvación eterna y por su felicidad junto a Dios mis oraciones, mi trabajo y mis sufrimientos diarios. Ahora como entonces, esa es mi misión en el reino, lo que Dios quiere de mí, y acepto y abrazo cada día su voluntad.