sábado, 29 de abril de 2017

UN EMPEÑO BASADO EN LA FE

En 1937, mientras estaba refugiado -por la persecución religiosa en el Madrid republicano- en el consulado de Honduras, San Josemaría vió la posibilidad de reclamar una indemnización por el allanamiento que sufrió la Academa Residencia DYA, la primera residencia del Opus Dei, por la CNT al comienzo de la guerra. Tuvo en cuenta antecedentes de indemnización a entidades en la que particiaban extranjeros y como habían frecuentado o colaborado con DYA personas de diversas nacionalidades, por una inspiración de Dios, ve que es una oportunidad para formar a los primeros de la Obra. Asumió el caso con ahínco como de su resolución dependiera el futuro de todos ellos, cuando todavía estaba por ver si saldrían sanos y salvos de la guerra... Pero él tenía una fe sobrenatural y le importaba más por la formación, en fortaleza y tenacidad para trabajar, de las personas de la Obra que tenían libertad de movimiento para hacer las gestiones. Recojo las palabras* de las cartas San Josemaría animando a resolver el asunto -"¡Hay que darse prisa! quizá del retraso de uno o dos días dependa el buen éxito del asunto. No me dejes nada en el aire. Que vayan los papeles cuanto antes"... -"Se logre algo o no se logre nada, ¡qué tranquilidad para todos haber hecho todo lo posible por defender el patrimonio ¿no?!"... -"Adelante con el asunto de la casa, a pesar de los baches y barrancos del camino. Puede suceder que el coche vuelque. Entonces a ponerlo de nuevo sobre sus ruedas, a arreglar lo descompuesto y a seguir andando como si tal cosa. Siempre contentos: con alegría y con paz, que nunca, por nada, me debéis perder"... -"¡Mañana, mañana! Y os repito: ¡¡¡Hoy, ahora!!! Mañana y después son palabras definitivamente abolidas, en nuestro léxico. -"Sin impaciencia pero con perseverancia: un gotear constante sobre la roca de los obstáculos. ¿Me reciben bien? Bueno. ¿Me reciben mal? Mejor. Seguiré -la gota de agua- visitando con santa desvergüenza, a prueba de sofocones y de humillaciones y de sofiones y de ordinarieces (¡cuánta riqueza!), muy contento y con paz, hasta que se aburran -yo no me he de aburrir, debe ser vuestro propósito- y acaben por recibirme con agasajo: como a un amigo o como a una calamidad inevitable… -"Hijos, ¿os habéis hecho la ilusión de que es posible andar sin vencer resistencia? Pues claro que siempre y en todo hemos de encontrar grandes dificultades unas veces, y otras, pequeñas dificultades. Por cierto que las primeras, de ordinario, se notan menos, porque enardecen: es en las segundas que producen escozor a nuestra soberbia, y nada más, donde Él nos espera. Sí: en esas antesalas; en esas incorrecciones; en aquel oir: 'ese individuo'... ; en la amabilidad de ayer que hoy se vuelve descortesía" ... -"es naturalísimo que cada uno vaya a su particular conveniencia. Así aprenderéis a vivir... y a ser tozudos. No tengamos la valentía del caracol que cuando tropiezan sus cuernos con un obstáculo, los esconde y se oculta enteramente en la cáscara de su egoísmo. Mejor el empuje, la acometividad y la perseverancia del toro bravo: que hace cisco con los medios de que cuenta, las vallas que se oponen a su alcance. Y, a nosotros, es verdad que no nos faltan -ni nos faltarán- obstáculos y vallas, pero también es verdad que nos sobran medios... si queremos emplearlos. ¿No? Pues a ponerlos. (...) ¡Ah! Y siempre muy contentos." (*) en "El Fundador del Opus Dei" tomo II, pág. 87-95, de Andrés Vázquez de Prada)

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